Imaginemos una comunidad que no se mide en metros cuadrados, sino en voluntades reunidas en un libro abierto, donde cada vecina y vecino anota habilidades, compromete tiempos y levanta la mano para decir “quiero estar”.
Imaginemos tardes con la puerta abierta, sentados en la vereda, donde el mate circula de mano en mano y la conversación fluye sin invitaciones; cruzar la calle, sentarse un rato y descubrir que la vecindad espera lo mismo que tú, conectar.
Imaginemos un pacto que firmamos con manos y miradas cómplices, un compromiso no para compartir problemas sino soluciones.
Sembremos un huerto comunitario y celebremos como si fuera el campeonato mundial.
Hagamos un mapa vital, pintado con las manos de niñas y niños, desplegado en murales, donde marcamos talleres, ferias y los puntos de encuentro que nacen como fruto del BARRIO GRANDE.
Imagina un banco de herramientas, donde prestas un taladro a cambio de un libro de poemas leído cien veces, donde un serrucho se permuta por clases de tejido, donde un café se intercambia por otro, y ambos se hacen herramienta de amistad.
Imagina a las y los mayores relatando mitad verdad y mitad ficción cuentos en las plazas, donde niñas y niños sueñan y se archiva en la memoria colectiva una historia, y se hace un guiño al respeto, respeto a los años.
Quizás un gran encuentro, donde artesanas y artesanos vuelcan pasiones y emprendedores ideas. Todas y todos reparten talento y despliegan su oferta en un solo lugar. Imagina un encuentro para tejer redes, para tejer lazos de emoción.
Entonces, ¿y si cruzáramos la vereda, y trabajáramos para construir un BARRIO GRANDE? Entonces, el barrio no terminaría en la esquina, ni en el disco pare de portería, ni cuando dejamos de conocernos. Entonces empezaría donde decidimos unirnos, el barrio empezaría, cuando miramos hacia el frente y no hacia adentro.
¿Queremos más cultura, espacios limpios, más amistad cívica, más cuidado, un mejor vivir? En un BARRIO GRANDE es más fácil, llegamos antes.
Abrir las puertas y el susto son una díada posible, cerrarlas es susto y derrota asegurada.
Conversación, colaboración y más comunidad, no es una idea bonita, es una urgencia que el hoy nos exige más que nunca.
El espino es del barrio, de todos estos barrios, tiene raíces que crecen sin preguntarse hasta dónde, ni hasta cuándo. Estos espinos no saben de límites, ni de fronteras.
El espino no es un puñado de letras, el espino puede ser también el arquitecto de nuestro BARRIO GRANDE.
Marcelo Bahamondes
Director
Junta de Vecinos
Comunidad Ecológica de Peñalolén